Zarramacos  y el Oso Martes, 07 Enero 2014 Zarramacos y el Oso

La Vijanera vuelve a convocar a miles de admirados visitantes

Al mediodía los campanos tañeron a arrebato en Silió para desatar la locura y poner en marcha la mejora mascarada de todo el viejo continente. En ese momento todo el pueblo se envolvió en la vorágine de la Vijanera, un rito con cientos de años de historia que cada edición atesora más y más asombrados visitantes llegados desde muchos lugares de la geografía nacional. Y como si la Naturaleza respondiera a la llamada de los vijaneros, dejó de llover y los cielos comenzaron a despejarse. Los niños dejaron de pensar un rato en los Reyes Magos, que ya es decir, y los mayores soñaron con vestirse las pieles y los campanos de los zarramacos, los guerreros del Bien. Y las mujeres, las mujeres soñaron, al menos las de Silió, con participar algún día en una fiesta sellada solo a la participación de hombres.

Las danzas, saltos, cánticos y aspavientos se abrieron camino desde la sede de la Asociación Cultural de Amigos de La Vijanera hacia la subida al barrio de Santa Marina. Porque desde allí bajaba otra comitiva, la del Oso, la representación del mal. Los zarramacos le dieron caza para controlar sus malos designios y, cada cual por donde mejor pudo, los participantes se fueron dirigiendo hacia la plaza del pueblo, donde se alza el museo de La Vijanera y el regio monumento al zarramaco.

Las calles se quedaban pequeñas para tanto vijanero y las miles de personas que los seguían cual flautistas de Hamelín. Aunque lo que realmente sonaba era el cuerno, el sonido de reunión, y los campanos, ahuyentando el Mal. Y los gritos de algunos locos participantes, y el asombro de niños y mayores.

Antonio volvió a Cantabria estas fiestas, después de muchos años en Jaén. “No había podido ver La Vijanera los años que aquí estuve y no quería perder la ocasión, y ha merecido la pena, esto es mejor que el Carnaval de Cádiz”, decía, no sin cierta guasa.

A medida que avanzaba la fiesta los pequeños empezaban a reescribir sus cartas a los Reyes Magos. Porque aún había tiempo, que el día era muy largo. Muchos tachaban el disfraz de Spiderman para pedir uno de Árbol, el más fotografiado, el más comentado y seguramente el preferido de la mayoría de los visitantes, dentro de los muchos trajes espectaculares que representan en La Vijanera a la Naturaleza.

Y es que los organizadores querían ofrecer en esta edición una nueva imagen, más personajes, más trajes, y el resultado fue espectacular, como ratificaron tanto los visitantes que se estrenaron en la mascarada de Silió como los más habituales, que se dejaron sorprender una vez más por una apuesta decidida a acercarse cada vez más y mejor al origen de la fiesta.

Miles de personas quedaron hipnotizadas desde el primer momento, siguiendo de cerca a la comitiva, aplaudiendo cada parada, riendo con las coplas satíricas, rendidos a una representación única que acaparó su atención hasta que la imponente iglesia románica de Silió impuso la ley divina para que los grandes protagonistas, los zarramacos, dieran muerte al Oso.

Entre los visitantes, estuvo el director general de Turismo, Santiago Recio, estrenándose en su primera Vijanera en vivo, además de los secretarios generales del PSOE, Rosa Eva Díaz Tezanos, y del PRC, Miguel Ángel Revilla, el alcalde de Molledo, Dámaso Tezanos, y concejales de corporaciones de todo el entorno.

Las comitivas, a veces unidas y otras no tanto, sortearon calles estrechas y gente apelotonada en cualquier rincón para dirigirse hacia la Raya, la frontera entre Silió y Santián, lugar elegido, como es tradición, para pedir Guerra o Paz. Y como es habitual, ganó la fiesta y reinó una paz que, al menos, durará hasta el año que viene.

En ningún momento cesó la danza y, con ella, el sonido de los campanos que portan los zarramacos. Sonido que marca el ritmo a cuarenta kilos de peso entre metal y cuerdas. Sarna con gusto no pica, pero agota, sin duda. Los zarramacos coincidían en la mirada cada vez que se les permitía reposar y beber agua. Y el Oso otro tanto, que su traje no permite muchos respiros.

El largo recorrido hasta la Raya permitió disfrutar del más de centenar de integrantes de la comitiva. Con los ya citados, el amo, los traperos, la pepona, la madama o el mancebo, la gigante giralda, los danzarines blancos que abren el camino, la gritona preñá, la gorilona o las gilonas. Todos envueltos en trajes de marcado corte rural, hechos con elementos propios de las labores cotidianas y la naturaleza de la zona, sacados de retales de telas viejas y sacos. Pero uno de los elementos destacados de la ancestral fiesta, sin duda, son las máscaras, uno de los elementos comunes con otras fiestas europeas, aliadas en la tramitación, ante la UNESCO, de declaración de esas mascaradas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

En su cuarto año como Fiesta de Interés Turístico Nacional, la comitiva regresó sobre sus pasos dese la Raya hacia la plaza de Santiago y de ahí a la campa donde se había instalado el escenario que acogió el canto de las secretas coplas. En el mismo escenario tuvo lugar el Parto de la Preñá, premonitorio de un año de bienes. Si el parto es bueno y fructífero, así será el año. Si no, ya se sabe.

Y para finalizar, sorteando a los miles de espectadores que, hombro con hombro, fueron afluyendo a la campa, llegó la victoria del Bien sobre el Mal, la culminación de la fiesta con los zarramacos abatiendo al oso al pie de la iglesia parroquial, recibiendo su bendición, utilizando sus varas como lanzas de purificación, unidas, formando un círculo, sobre el Oso, para librar al hombre de malos presagios, que por otra parte, falta hace.

En ese momento acababa en anteriores ediciones la mascarada cántabra, pero en esta, año la fiesta continuó por la tarde, hasta la puesta del sol. Se recordaron coplas antiguas, se escenificaron sainetes propios de las fiestas populares y poco a poco fue cayendo el cansancio, con la noche, dejando danzas y chanzas para otro año, volviendo a la cruda realidad tras el más bello y multitudinario sueño de los 33 años de vida de La Vijanera.

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