Mayi, Maricarmen y Rosi frente al bloque reconstruido en su barrio de Lombera Viernes, 03 Mayo 2019 Mayi, Maricarmen y Rosi frente al bloque reconstruido en su barrio de Lombera

"No nos quedó nada de la vida anterior, tuvimos que empezar de nuevo"

(En el reproductor declaraciones de afectados y testigos a los informativos de Radio Valle de Buelna).

El 4 de mayo de 1999 una explosión de gas butano derruía por completo un bloque de viviendas del barrio de Lombera, en Los Corrales de Buelna, provocando el fallecimiento de una persona, Victoria Puente, y heridas de consideración a su marido, Ángel Gómez, que fue trasladado al departamento de quemados del Hospital de Cruces, en Bilbao, donde falleció a las pocas horas. A las 10.40 de la mañana de aquel día los corraliegos fruncían el ceño al escuchar una fuerte detonación que parecía, en un principio, venir de las canteras del Dobra. Al poco tiempo la noticia corría como la pólvora de esas canteras. La explosión había afectado a los números 18 y 20 de la calle Guzmán el Bueno, del citado barrio, acabando con la vida, finalmente, de dos personas, los residentes en la vivienda donde se originaba el siniestro.

Han pasado 20 años y la única imagen que los supervivientes guardan de toda una vida en el barrio es la misma que quedó impresa en la memoria de todo el pueblo, los escombros de un bloque completo de viviendas derruido tras la explosión, el dolor de una familia por la pérdida de Victoria y Ángel, la ausencia total de cualquier tipo de recuerdo material. No quedó nada más. A Mayi Álvarez Varela, María Rosa Cabrero García y María Carmen González Díez les cuesta aún mirar atrás. Llevan toda una vida en el barrio pero «en realidad, tenemos ahora 20 años, porque no nos quedó nada de la vida anterior, tuvimos que empezar de nuevo», reconoce Mayi.

El responsable de Protección Civil de Los Corrales por entonces, Joaquín Samperio, recuerda que cuando llegó al lugar le pareció «increíble, un escenario dantesco».

Maricarmen sufrió la pérdida de su padre, Ángel, y Victoria. De aquel día recuerda que la vida se había vuelto del revés en apenas unos minutos. Estaba en la pescadería cuando se oyó la explosión en todo el pueblo. «Nadie piensa que es tu casa, que te tocará a ti», dice. Pero sí. Enseguida la noticia llegó al establecimiento y le dijeron que en su barrio se había oído una explosión.

A Mayi la cogió trabajando. Cuando llegó se encontró con un escenario de guerra. «Me dijeron que había habido un pequeño accidente y cuando llegué ya no había casa, no había nada, solo escombros».

Rosi estaba tendiendo la ropa, algo que seguramente le salvó la vida. Estaba tan aturdida que pensó que había sido una de las habituales explosiones de la cantera de Las Caldas, hasta que vio tambalearse las paredes. Su nuera estaba en casa con su nieto de cuatro años, lo cogió y saltó a la calle. No les pasó nada.

Maricarmen se encontró algo mucho peor. No hubo paliativos y la noticia de la muerte de su madre adoptiva la estalló en pleno asombro por ver su edificio derruido.

Mayi, una vez recuperada del horror que estaba contemplando sin apenas creerlo reaccionó y preguntó por su madre. La habían rescatado un vecino y una amiga. La explosión la había lanzado al suelo y como no tenía apenas movilidad tuvieron que sacarla por la ventana. Estaba bien. Eso era lo importante.

A su alrededor se movían con rapidez los servicios de emergencia y cuerpos de seguridad. Allí estaba ya el alcalde, José Manuel López, intentando poner orden en el caos.

Con el paso de los días la solidaridad de todo el valle llevó la primera buena noticia a las cuatro familias afectadas. A través de Cáritas Parroquial y un programa especial de la emisora de radio Valle de Buelna FM se llevó a cabo una colecta que recaudó entonces 10 millones de pesetas con destino a la reconstrucción del bloque derruido.

Seis años después, el 27 de octubre de 2005, las familias pudieron volver a su barrio de toda la vida. Mayi reconoce que la imagen de los escombros, del dolor, es difícil apartarla, pero tenían ganas de regresar al lugar donde habían hecho toda su vida. Ella nació allí, los abuelos de Maricarmen ya vivían en ese bloque (y quiere que sus nietos mantengan su propiedad) y Rosi llevaba más de 20 años en el barrio. Las tres prefieren pensar en el futuro porque la vida les ha dado desde entonces nuevos motivos para la esperanza.

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